DÍA DE AÑO NUEVO (2000 a. C., Babilonia)
El día de Año Nuevo es la más antigua y universal de las festividades religiosas. Curiosamente, su historia comienza en una época en la que aún no existía un calendario anual. El tiempo transcurrido entre la siembra y la cosecha representaba un “año” o ciclo.
La fiesta de Año Nuevo más antigua que se ha registrado se celebraba en la ciudad de Babilonia, cuyas ruinas se alzan cerca de la moderna ciudad de Al-Illah, en Irak. Se situaba a fines de marzo, en el equinoccio vernal o de primavera, esto es, al comenzar esta estación, y los actos festivos duraban once días. Los festejos modernos palidecen si se comparan con ellos. Los iniciaba un sumo sacerdote que, habiéndose levantando dos horas antes del alba y tras bañarse en las aguas sagradas del Éufrates, ofrecía un himno al dios local de la agricultura, Marduk, orando para pedir un nuevo ciclo de cosechas abundantes. Se pasaba la grupa de un carnero decapitado por los muros del templo, a fin de absorber todo contagio que pudiera infestar el sagrado edificio y, por extensión, la cosecha del ano siguiente. La ceremonia recibía el nombre de Kuppuru, palabra que apareció entre los hebreos casi al mismo tiempo, en su día de Reparación, o Yom Kippur.
Tanto desde el punto de vista astronómico como del agrícola, enero es el peor tiempo para comenzar simbólicamente un ciclo agrario o Año Nuevo. El sol no se encuentra en un lugar adecuado del cielo, como ocurre en los equinoccios de primavera y otoño y en los solsticios de invierno y verano, los cuatro acontecimientos solares que ponen fin a las estaciones. El traslado de este día sagrado se inició con los romanos.
Según su antiguo calendario, los romanos consideraban el 25 de marzo, comienzo de la primavera, como el primer día del año. Sin embargo, los emperadores y los altos funcionarios alteraron repetidamente la longitud de meses y años para ampliar el tiempo de sus mandatos. Las fechas del calendario guardaban tan poca sincronización con los hitos astronómicos en e! año 153 a.C., que para fijar con seguridad numerosas ocasiones de tipo público el Senado romano declaró el 1 de enero primer día del año. A continuación se produjeron nuevas alteraciones de fechas, y para iniciar de nuevo el calendario, el 1 de enero, en el año 46 a.C., Julio César tuvo que prolongar el año hasta 445 días, por lo que se conoce en la historia como “Año de la Confusión”. El nuevo calendario creado por César fue llamado, en su honor, calendario juliano.
Después de la conversión de Roma al cristianismo en el siglo IV, los emperadores siguieron organizando celebraciones de Año Nuevo. Sin embargo, la naciente Iglesia abolió todas las prácticas paganas (es decir, no cristianas), y por tanto condenó estas festividades como escandalosas y prohibió a los cristianos su participación en ellas. A medida que la Iglesia consiguió conversos y poder, planificó estratégicamente sus propias fiestas para competir con las paganas, en muchas ocasiones aprovechándose de su popularidad. Para rivalizar con la fiesta de Año Nuevo, el 1 de enero, la Iglesia estableció su propia festividad en la misma fecha, la Circuncisión del Señor, que todavía observan católicos, luteranos, episcopalianos y numerosas Iglesias ortodoxas de Oriente.
Durante la Edad Media, !a Iglesia se mantuvo tan hostil al antiguo Año Nuevo pagano, que en las ciudades y países predominantemente católicos esta celebración desapareció por completo, Y cuando periódicamente volvía a resurgir, quedaba relegada al olvido en poco tiempo y casi en todas partes. En cierta época, durante la Baja Edad Media. desde el siglo XI al XIII, los británicos celebraban el Año Nuevo el 25 de marzo, los franceses el domingo de Pascua, y los italianos el día de Navidad, que era entonces el 15 de diciembre; sólo en la Península Ibérica se observaba el 1 de enero. La aceptación general de esta fecha sólo data de los últimos 400 años.
LA NOCHEVIEJA
Desde tiempos muy antiguos, ésta ha sido la más bulliciosa de las noches. Para los antiguos agricultores europeos, tos espíritus que destruían las cosechas por medio de enfermedades eran barridos durante la noche que precedía al Año Nuevo, con un gran concierto de cuernos y tambores. En China, las fuerzas de la luz, el Yang, derrotaban anualmente a las fuerzas de la oscuridad, el Yin, cuando en esta noche mágica la gente se congregaba para hacer sonar platillos y detonar petardos. En Norteamérica, fueron los holandeses, en su colonia de Nueva Amsterdam, en el siglo XVII, quienes originaron las modernas celebraciones de la Nochevieja, aunque es posible que los indios nativos de esas tierras les hubieran dado un ruidoso ejemplo en este sentido, y con ello hubieran allanado el camino. Mucho antes de que llegaran los colonos al Nuevo Mundo, la fiesta de Nochevieja era observada por los indios iroqueses, que la relacionaban con la cosecha de maíz. Reuniendo ropas viejas, útiles caseros de madera, maíz y otros cereales los indios arrojaban estas posesiones del año anterior en una gran hoguera, con lo que significaban, el comienzo de un Nuevo Año y una nueva vida. Era una costumbre antigua tan literal, en su significado, que los eruditos de épocas muy posteriores no tuvieron que especular sobre su sentido.
Los colonos norteamericanos presenciaron la anárquica celebración anual de la Nochevieja por los indios, y su conducta no fue mucho más austera, si bien la escasez de ropas, muebles v comida les impedía encender hogueras. En la Nochevieja de 1775, los festejos que se celebraron en la ciudad de Nueva York fueron tan ruidosos que, dos meses más tarde, las autoridades prohibieron los petardos, las bombas de fabricación casera y el uso de las armas de fuego personales para conmemorar los futuros comienzos del Año Nuevo.
EL BEBÉ DEL AÑO NUEVO
La idea de utilizar un recién nacido para simbolizar el comienzo de un nuevo ciclo surgió en la antigua Grecia alrededor del año 600 a.C. En las fiestas dionisiacas, era costumbre hacer desfilar, como homenaje a Dionisos, dios del vino y de las francachelas, un bebé en un cesto de juncos, que representaba el renacimiento anual de ese dios como espíritu de la fertilidad. En Egipto se efectuaba una ceremonia similar representada en la tapa de un sarcófago que hoy se encuentra en un museo británico. Dos hombres, uno de ellos viejo y con barba y el otro en el apogeo de su juventud, aparecen en él portadores de un bebé en un cesto de mimbre.
Tan corriente era el símbolo del bebé del Año Nuevo en tiempos de los griegos, egipcios y romanos, que la primitiva Iglesia católica, tras no poca resistencia, permitió finalmente a sus miembros la utilización en celebraciones, con tal de que quienes participaban en ellas admitieran que el bebé no era un símbolo pagano, sino una efigie del Niño Jesús. Nuestra moderna imagen de un bebé en pañales y con el número del año en el pecho se originó en Alemania, en el siglo XIV, y apareció sucesivamente en ilustraciones y en canciones de cada época.